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Las mujeres en las Olimpiadas: un maratón hacia la paridad de género

Las Olimpiadas son el lugar donde las historias individuales de los atletas se encuentran y se mezclan. De hecho, Tokio 2020 nos ha regalado el relato de muchos sucesos emocionantes, pese al clima controverso en el que nacieron. Pero entre las historias que construyen el mundo olímpico hay una que no se cuenta muy a menudo: ¿desde cuándo y cómo los Juegos Olímpicos se abrieron a las mujeres?



Aunque sería muy fácil ceder a la confortable y poética idea de las Olimpiadas como lugar donde el deporte fomenta la paz y la hermandad, lamentablemente hay que aceptar que al principio no eran tan abiertas. ¡En la Grecia antigua las mujeres no podían ni siquiera asistir a los juegos, mucho menos participar! Y cuando en 1896 se disputaron las primeras Olimpiadas modernas se quiso respetar la tradición clásica: de hecho su ideador, el barón Pierre de Coubertin, pensaba que las mujeres tenían que fijarse en alentar a sus hijos a distinguirse en el deporte, en vez de practicarlo ellas mismas.


Esa decisión encontró resistencias desde el principio, un soplo de viento rebelde que en Atenas 1896 tiene la firma de Stamàta Revithi. Pasada a la historia con el nombre de Melpòmene, esa maratonista griega pidió participar a los Juegos, pero su petición fue denegada oficialmente porque la fecha límite para las inscripciones había expirado, aunque muchos historiadores olímpicos argumentan que el verdadero problema era su género. Quizás no sorprende que el Comité Olímpico le prometiera dejarla correr en una competición de solas mujeres y que nunca la organizara. Decepcionada, Stamàta no se dio por vencida: decidió correr sola el día después de los hombres, de forma no oficial. Cuando llegó a Paradigmata cinco horas después, los militares no le permitieron entrar en el estadio para terminar la carrera.


Hay diferentes versiones de la historia de Stamàta Revithi pero lo que es cierto es que, desafiando las tradiciones, ella dio un contributo esencial para que las siguientes Olimpiadas fueran abiertas también a las atletas. De hecho, en París 1900 las mujeres pudieron participar oficialmente y Charlotte Cooper fue la primera campeona olímpica. Sin embargo, esa apertura no fue sinónimo de paridad de género entre los deportistas: habrá que esperar hasta Berlín 1936 para que las mujeres sean consideradas atletas de verdad. Con ese objetivo siempre en la cabeza, en las ediciones siguientes se cruzaron muchas metas: la Olimpiadas de Atlanta del 1986, por ejemplo, fueron las primeras en las que tomaron parte atletas musulmanas.



Si echamos un vistazo a las ediciones precedentes y a los sucesos de miles de mujeres que las enriquecen, nos damos cuenta de cómo cada historia individual de alguna forma haya puesto su granito de arena. Sin embargo, este cuento está lejos de estar acabado porque el camino de la paridad de género es todavía largo, tan largo que parece una verdadero maratón. Habrá que seguir las huellas de Stamàta Revithi para alcanzar lo que todavía nos parece imposible. Pero de eso se trata el deporte, ¿no? Atreverse siempre un poco más. Romper límites. Hay maratones que vale siempre la pena correr.


Articolo a cura di: Laura Tondolo



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