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La dicotomía entre turista y viajero

A todos nos gusta definirnos viajeros más que turistas. Pero, ¿de dónde procede esto?


Turista: popularmente, es una figura equipada con cámara y sombrero, presente en los hoteles de las ciudades más atractivas del mundo que, sin interés a conocer la parte auténtica, visita solo lo que el folleto le conseja.


En suma, cuando se habla de “turista”, la acepción que le damos nunca es positiva.



Y aparentemente, no es un trato únicamente popular, hijo de nuestra generación, sino también es algo que se discute en la literatura de turismo desde hace años.


El turismo encuentra su origen como viaje de placer elitario en los siglos entre el XVII y el XIX con los Grand Tourists, jóvenes nobles europeos que hacían viajes de tipo istructivo por Europa continental, apuntando al perfeccionamiento de los saberes y a la ampliación de los conocimientos.


Ya sabemos que, hoy en día, el turismo no es elitario. Por el contrario, en nuestros tiempos lo que más frecuentemente se combina con la palabra “turismo” es la especificación “masivo”. Desde el punto de vista socio-cultural, resulta una difícil coexistencia entre locales y huéspedes.

En efecto, hay un odio general por parte de los residentes hacia las hordas de turistas que cada año inundan ruidosamente sus lugares, muchas veces con malos modales y una conducta inadecuada.


En efecto, en la literatura se estudia algo llamado la “dicotomía entre turista y viajero”. Contrapone el turista, alguien que requiere vacaciones para escapar y poner fin al tedio de su rutina, al viajero, que viaja por pasión y por enriquecer su vida y su maleta personal.


Y este odio al clásico turista se ha transmitido también al lenguaje de su misma industria, creando el paradojo del turismo anti-turista: tenemos expresiones como “Aléjate del ruido de la grande ciudad”, “Date un respiro con unas vacaciones exclusivas”, “Puedes relajarte en un una playa virgen e inmaculada de la invasión humana”, “Elije el recorrido a pie en lugar de los buses rellenos de turistas”.



En definitiva, es la contraposición entre dos conceptos de viaje opuestos: el viaje circular, correspondiente a las vacaciones del turista, y el viaje lineal, correspondiente a lo del viajero. Concretamente, la experiencia del turista se caracteriza por un regreso final al hogar, una prisa de volver a casa, después de unas semanas o unos meses. Por otra parte, el viajero se dedica a un camino sin regreso, una formación lenta y gradual, viaje tras viaje, en la que él no pertenece a un lugar en el mundo más que a lo que sigue. El viaje tiene para el viajero un valor pedagógico, ya que al hacer del explorar su estilo de vida, trata de aprender en cada experiencia algo más y, al final de cada una se da cuenta de que es mucho lo que no sabe y que todavía hay que aprender.


Articolo a cura di: Bianca Petrucci



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