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El androcentrismo lingüísticouna cuestión que nos afecta a tod@s

En los últimos meses se ha hablado y discutido mucho sobre cuánto poco la lengua española (y la italiana también) sea poco inclusiva, en el sentido de que el único género admitido es el masculino.



Una lengua es un organismo social muy complejo y articulado, que se evolve y crece con y cerca de los movimientos culturales de un país. Por ejemplo, países como Italia y España, que poseen detrás de ellas una tradición religiosa importante, tienen paremias, colocaciones y locuciones que hacen referencia a este ámbito de su cultura. Otro aspecto que se puede intuir y entender analizando una lengua es el trato de las mujeres. El hecho de que las mujeres eran consideradas como objetos y tenían menos derechos que una tabla de madera es algo conocido, pero casi nunca se piensa en cuánto este machismo se refleja - hoy también - en el uso diario de los hablantes.


La colocación lingüística “androcentrismo lingüístico” se acuñó con el objetivo de identificar un fenómeno profundamente y radicalmente cultural. Indica el uso del género masculino para situaciones como la necesidad de nombrar a un grupo mixto de personas o referirse a conceptos donde la acepción femenina del término representa una desviación de lo normal, y por eso, se ve necesario usar el sinónimo con morfema masculino.

Además, hay paremias (las paremias son enunciados fraseológicos autónomos que pueden tener origen conocido o oculto. Forman parte de estas los refranes, los aforismos, los proverbios y las frases rutinarias) que presentan un grado de machismo y androcentrismo muy alto y que, en todos los aspectos, hoy en día son considerables como ofensivos y discriminatorios, por ejemplo “dolor de mujer muerta, dura hasta la puerta” o “lloro de mujer, no es de creer”.



Por fin, las instituciones lingüísticas como el Instituto Cervantes y la Real Academia Española se están dando cuenta de que este tipo de habla y esta manera de usar el lenguaje no es tolerable, ya que muchas se sienten heridas e insultadas también. Un instrumento importante como la lengua de un país no puede permitirse hacer preferencias entre sus hablantes, aunque la cultura y la tradición así impondrían.



Si es verdad (y lo es) que cultura, habla y lengua van juntas, es el momento que esta nueva sociedad más inclusiva e igualitaria se refleje en un lenguaje también inclusivo y, sobre todo, no discriminatorio.


Vamos, que los años Cincuenta terminaron ya hace mucho tiempo.


Articolo a cura di: Victoria Pevere



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